martes, 20 de noviembre de 2012

SIN BILLETE DE VUELTA


3.- PIE FORZADO

'No hay nadie que conozca tanto mundo como él', presumía continuamente Maribel cuando le preguntaban por el nuevo paradero de su marido. Y no le faltaba razón. En él parecían haberse reencarnado todos y cada uno de los viajeros de la historia, y a Marco no le importaba, es más, no sólo disfrutaba el viaje sino que a su vuelta era capaz de pasarse horas y horas hablando de los países que había visitado, de las razas que había conocido, de las personas con las que había tratado y, su tema preferido, de los cientos, miles y millones de comidas diferentes que había degustado. Desde la tradicional tortilla española que su Maribí 'preparaba como nadie' y que, por supuesto, no despreciaba, hasta los inimaginables insectos que su paladar había tenido la 'fortuna' de saborear en sus aventuras más exóticas. Aún después de tantos años, a Maribel le sigue sorprendiendo que Marco no haga ascos a nada y que ningún viaje le parezca arriesgado.
'Tienen mayor mérito sus andanzas porque su modesto sueldo de taquillero de cine no parece que sea suficiente para mantener ese estilo de vida', bufoneaban las amigas de Maribel en una de esas tardes de café en casa de la pareja. La duda surjía enseguida, pero él rápidamente la despejaba una y otra vez explicando cómo lo conseguía. Se hospedaba siempre con familias nativas, que rara vez le cobraban, aunque él insistiera en pagarles y ellos, obstinados, se negaran, lo más que podía gastarse era el ridículo precio de algún detalle con el que antes de partir siempre les obsequiaba. 'Ya, Marco, pero...¿y los desplazamientos? Sólo en avión se te tiene que ir un dinero', interpelaban las más escépticas. Y esta pregunta llevaba implacablemente a una conferencia erudita y documentada sobre los ahorros que suponía el huír de vuelos directos ya que, como él sostenía 'eso era cosa de comodones' y las ventajas de las aerolíneas de bajo coste.
Hawai fue su último destino, y partió un par de días atrás. En la tarde antes del convite que tuvo para despedirse por un mes de sus familiares y amigos repasó la lista de vacunas necesarias y, al terminar, pidió a su mujer que le acompañara a hacer unas compras de última hora: pastillas potabilizadoras, repelente de mosquitos, gasas, una cantimplora y un par de cosas más que quizá le iban a ser útiles.
Ha pasado ya una semana desde su partida y aún a Maribel se le humedecen los ojos al pensar que, un día más, la cama parece un poco más grande y más fría sin él, y que no la sorprendería en ella con el olor a café recién hecho y su habitual 'buenos días princesa'. Pero no era la primera vez que pasaba por esto, sabía que esa sensación de desamparo era habitual la primera semana, luego acababa acostumbrándose, y el día treinta llegaría pronto. Esa mañana se disponía a hacer unas compras por el barrio en el que se encontraba el cine donde trabajaba Marco, 'ojalá le viera ahí, como cada día', soñó por un momento ella; pero la sorpresa llegó cuando le pareció vislumbrar la silueta de su marido a través del cristal esmerilado, 'no podía ser' caviló. Pero sí, tan increíble como cierto, no cabía duda alguna de que ese era su marido, su Marco, su viajero. No quiso sorprenderlo, supuso que quizá tuvo que cancelar el viaje en el último momento, pero no le convencía tal suposición, llevaba ya una semana fuera de casa; y la idea de que tal vez tuvo que adelantar su vuelta menos aún, la habría avisado. Pero,  ¿por qué? ¿no era éste su 'primer viaje', verdad? Entonces le vino a la cabeza vertiginosamente la famosa cita de Eugène Ionesco, 'Toma un círculo, acarícialo, y se convertirá en un círculo vicioso', así le había pasado a Marco, pensó, era el único consuelo que encontraba para tal sorpresa. Esperó en la esquina a que llegara su hora del descanso, apenas quedaban unos minutos, y una vez hubo colgado el cartel de 'vuelvo en media hora', se acercó con suma discreción a la taquilla y descubrió el secreto de los viajes. De su vieja mochila, la que tenía polvo de Kenia y había lavado con el agua del Misisipi, sacó un atlas mohoso y una guía de viaje, de Hawai, por supuesto.
Maribel se marchó desorientada y sorprendida canturreando lo primero que se le vino a la cabeza 'Hawai, Bombay, es un paraíso, que a veces yo me monto en mi piso...'
Mantuvo su idea de llamarle el día treinta, como siempre hacía para saber si ya estaba en el país y podía ir a buscarle al aeropuerto, le diría que no se molestara en comprar billete de vuelta aunque, sinceramente, le apetecía que le contara el viaje...

L.

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